Eurípides, un petiso ya entrado en años, retirado del polo, observa sus cascos sobre el espejo del asfalto, ya que sus laterales están coartados por unos hermosos anteojos que su actual amable amo, el excelentísimo Alfredo Omega, le ha generosamente regalado sin celebrar ocasión especial alguna para ello.
Reflejos de rojo, amarillo y verde se sucedían aparentemente sincronizados, con un esperable sablazo que ya forma parte de un arcorreflejo bastante bien asimilado por Eurípides, el dolor del reflejo, el revenque de Alfredo Omega.
Su matrícula tenía un número místico, que, según ellos, estaba relacionado con sus colegas: los CUCTSA. Eurípides encontraba asimismo, una esotérica relación entre sus anteojos y los retrovisores de sus camaradas; en los cuales reconocía su figura, la roja, amarilla, verde y el dolor.
Pensaba el equino, y personalmente pienso, con razón, que todos los que sobre el asfaltazo circulaban, tenían algo en común. Las reflexiones de Eurípides no pasaban de eso pero sin embargo nunca cometía el error de equivocarse al momento de juzgar.
Su padre siempre le decía: niño, o se corre o se carga. Frase que el equino siempre repetía a sus colegas con complicidad mientras ellos le echaban el humo en la cara.
Entrado en sus años ya, Eurípides se había convertido en adicto al humo de sus colegas, quienes nunca pasaban una. Sin embargo el petiso sospechaba que el catarro era producto de dichas instantáneas reuniones en la esquina. Claro, pensaba el equino, la esquina y personalmente pienso, con razón, que era difícil equivocarse en dicho juicio.
Una ocasión lo iluminó y pudo reflexionar con más desarrollo en cuanto a la concatenación de conceptos y analogías bajo aquella constelación de sodio y mercurio que noche a noche pintaba sus crines. Bajando la cuchilla de Rivera por el camino de las tropas de Luis Alberto de Herrera, fue que vio aquello sobre lo que sus cascos se posaban con violencia. Su sorpresa no fue causada por la sustancia del sustrato sino que le llamó la atención aquel monólogo de juntas de dilatación, esa raviolera de tratamientos bituminosos, carpetas asfálticas y hormigón. Aquella extensión de nada lo dejó perplejo.
Mirándola a ella, la nada, tuvo el coraje de entresacarse los anteojos, girar su sudoroso cuello e increpar silenciosamente a Alfredo, mientras éste último cargaba cositas provenientes del restorán de una gaviotita con la cual Eurípides simpatizaba.
El petiso gritaba mientras clavaba todas sus cavidades faciales en Alfredo:
_ Ustedes colegas, ¿no se las arreglan con un rolo horizontal para estacionar?. Podrá ser posible que tamaña grosería de suelo caliente o totalmente congelado, sea solo porque Rosarito quiere seguir caminando exclusivamente dentro de casa.
Así era, así es, Rosarito, la esposa de Alfredo, llevaba consigo (sobre Eurípides) un hermoso caminador que había encontrado acomodado sobre cierto flamante y ordenado depositario de residuos agradables, precisamente en el valle de Nuestra Virgen Santa y Solidaria María Auxiliadora de los Pocitos y las Carretas 4x4.
Eurípides, en esos arranques de Filósofo que le estaban ocurriendo últimamente, demostró cientificamente (es decir, este..., eso: cientificamente, no se si..) que sus colegas no eran tales. Además descubrió, como corolario, que científicamente no se puede hacer filosofía y finalmente se dio cuenta de que el corolario era algo así como un axioma. Cosa que archivó y nunca más se le pasó por la cabeza volver a tocar dicho tema, pues era un pitagórico equino propenso tanto al olvido como a olvidar algunas cosas.
En unos de esos memorables olvidos, pensó:
_Eurípides: me olvidé de lo que había demostrado pero igualmente, pasan por entre mis anteojos algunos aspectos que creo evidentes si se me permite dicho verticalazo.
Ustedes jinetes, son siempre iguales: chiche nuevo que aparece lo ponemos en práctica ecuestre lo que cueste para nosotros los ecuestres y para ustedes los ecuestradores que mantienen cautiva y juegan con la $.
No importa si el medio cambia, todo cambia o presuntamente tendría que cambiar para satisfacer no se que línea graduada; y si no cambia empieza a picarles la piel.
Aparece una cosita y ustedes ya hormigonean todo a bomba y dale que es tarde. No es así la cosa ni tampoco así la cosita es!
La cosa cambia por la cosita pero a su vez ustedes cambian por la cosa y todo se transforma. Mas allá de que ustedes inventan las cositas y hasta creen que actúan en la cosa conscientemente. ¿Conscientemente?
Muchaaa chos, un rolo horizontal y las ciudades ocuparían solo el 40,37% de la extensión actual, podrían dormir siesta y hasta picadito seguro se puede armar. Eso si, tal vez - y lo digo con mucha reticencia – el picadito no sea transmitido por Tv, así como tampoco bastará con caminar en casa. Habrá que volver a caminar outdoors, ¿tanto cuesta Rosarito? ¿Tanto tiene que doler la vía del confort?
Uy, verde, revencazo.
LEIGNORANT